EN ÉPOCA DE CRISIS, la cultura popular fermenta y se dispara hacia todas direcciones. Hacia los ángulos más prometedores avanza, compacta y enérgica, de modo semejante a las regularidades del desplazamiento hidráulico en las zonas comprimidas. Ascienden todas las virtudes y defectos de sus estratos conformadores, y el ingenio crece en la misma proporción que la crisis. El arte popular, bajo estas difíciles condiciones, puede elevar su estatura o entrar en una deplorable autosimulación de sus propios cánones para brindar como endógeno lo que en verdad es exógeno. Ambos fenómenos se darán de seguro a la par, y la segunda actitud, bajo la iluminación práctica del éxito, se expandirá de modo más sistemático que la primera. Los consumidores escogidos desde el segundo ángulo despersonalizarán al productor, inmerso en esa retórica subrepticia, y así habrá un sector triunfante que aunque persista en el estatuto social de artista ya habrá quedado exento de la genuina creación popular, que se nutre de lo altamente personalizado dentro del seno dialogante de la colectividad. En la misma medida en que se consagra y produce, labora hacia su absoluto vaciamento. Y contribuye también, con los espacios que ocupa, a desalojar momentáneamente a los creadores de verdadera estirpe genésica. Enormes y trascendentes asuntos de la realización más plena del hombre pasan, como un río invisible, por el torrente espontáneo de la cultura popular
LA CULTURA POPULAR TIENE, dentro de sus propiedades inalienables, una robusta inclinación hacia la oralidad y la anonimia. Ambos fenómenos, por su notable incidencia, deben ser indagados con mayor pausa por los estudios culturales. Cuando sean extraídas las raíces y regularidades de ambas, entre otras muchas, sabremos más y mejor de la cultura popular. Podremos entender algunas de sus manifestaciones productivas esenciales, contentivas de su sentir y de su saber, y los mecanismos básicos de la psicología creadora colectiva. La oralidad y la anonimia establecen ente sí fecundos correlatos. Con la escritura comienza a nacer, de algún modo, la autoría, vale decir, la posibilidad de enmarcar al individuo genitor más allá del acto comunicante mismo inicial. Cuando las circunstancias históricas fueron favorables para la apoteosis del individuo, por los presupuestos ideológicos de la sociedad imperante, nació el valor de la firma como rápido emblema patrimonial. La posesión de la autoría implica declaración de propiedad. El pueblo, criatura desposeída, olvida con rapidez al creador para atesorar dinámicamente, como un capital circulante, a su creación. La presencia de la autoría, oral o escrita, no excluye obligatoriamente al productor de la creación popular, pero el más legítimo acervo del pueblo es anónimo, invención y gloria de todos, participativo y profundo como un océano. La oralidad tiene sus propios marcos, sus recursos incambiables, sus propósitos específicos. La oralidad, como la escritura, trabaja con palabras; pero las sujeta a otras maniobras, y en la veloz e intercambiable comunicación en que transcurre gusta de perder las señas individuales para marchar de labio en labio con su perfección de anillo mágico que cabe en el dedo de todos los hombres. Junto a estas variables significativas ha de estudiarse también cuáles son los cánones propios de la producción imaginativa popular, derivables de su observación y análisis en todas las épocas y naciones. Y en las relaciones dinámicas entre canon e incertidumbre, que rigen todo acto de creación sucesiva, se advertirá la capacidad fascinante que posee el pueblo para generar infinitamente verdad y belleza.
LA CULTURA POPULAR es la fuente primaria, la raíz acarreadora. Su espíritu trabaja en lo numeroso y próximo, y con desprendida y eficiente ergonomía. Derramada por la amplitud de la tierra, ella es silencio, acopio y entrega. En las polémicas márgenes, o en los centros emanantes, es el antemural y el escudo de las naciones. Toda la identidad colectiva pasa por la cultura popular como el hilo por el ojo de la aguja. Las más altas creaciones se inspiran en ella, ganan a través de ella la perdurabilidad y la dinámica de la vida. Las poleas imaginativas de la cultura popular nunca descansan, y trabajan sobre los más vastos círculos, dentro de las más abiertas escalas de valores. De lo etéreo a lo procaz, de lo abigarrado a lo sobrio, de lo riente a lo adusto, de lo caudaloso a lo sucinto, la cultura popular es manantial siempre fresco. Ella ha construido, con la cooperación impalpable de todos, las figuras y atributos de los dioses, las increíbles mixturas de los semidioses, las limitaciones y grandezas de los mortales. Un país que cuida, vigila y exalta su cultura popular sobrevive las más duras contingencias, los embates más brutales, los huracanes más sostenidos. A través de la cultura popular se incorpora a cada uno de los hombres a la gran corriente humana, que es la que marcha hacia el porvenir.
Ciego de Ávila, agosto de 1999