23 Jun
POESÍA Y DESNUDO (IV)

Como hemos visto, en la poesía se pueden alcanzar niveles de representación con el desnudo de una sutileza enorme, absolutamente desconocidas por otras artes, que siempre de algún modo, por muy sugerentes que sean sus acercamientos y símbolos, necesitan más área referente, más íntimo despliegue corporal. Estas potencialidades de la representación lírica se deben a los procedimientos que hemos esbozado ya, pero que realmente se encuentran sin examinar detalladamente en un estudio comparativo de las artes en el manejo imaginal. Pensemos en una breve canción martiana que trata del ardiente deseo del sujeto lírico de desenredar la cabellera de una hermosa señora[1]. Toda la pieza está teñida vivamente del impulso erótico, pero también muestra una refinadísima contención, que ofrece al gesto del apasionado una delicadeza honda, que ennoblece la erupción instintiva. La hermosa llega a estar íntegra en una sola parte mínima: la separación posible de algunos de sus cabellos que dejarían al descubierto su blanco cuello, cuya visión sería ya un colmo de intimidad. Parece un susurro al oído la tonalidad discursiva, pues el sujeto no se encuentra frente a la silenciosa interlocutora, y la palabra, que posee cierta letanía tímbrica, lo que anhela es a través del tacto alcanzar una visualidad más intrínseca. El silencio de la señora podría ser, según las expectativas del discurso, una manera de complicidad que añadiría vigor al deseo. Es una pieza que difícilmente pudiera ser trabajada por otras artes en los términos establecidos, y que la poesía en manos de un creador auténtico resuelve con rapidez, musicalidad y expansión comunicativa.

De igual modo, si el desnudo avanza en su representación y eleva la temperatura del deseo, el sujeto lírico es siempre el portador de lo que se ve y siente, de lo que se incluye como predicado esencial en la voz representante. Aunque a la poesía le basta una brizna para engendrar un paisaje, el vector de intencionalidad reduce o amplía, enfoca o desenfoca, satura o vacía, sube o baja las temperaturas, según sus necesidades y propósitos comunicativos. Las potencialidades del desnudo son tan enormes al asentarse sobre las resonancias plásticas de la palabra que se puede ir y venir del amor al desamor, de la gelidez al fuego, del gozo al sufrimiento, de la violencia a la ternura, del sentimiento a la reflexión, en una oscilación de registros numerosísimos. Como la palabra puede reactivar los cuerpos reales y deseados parcial o totalmente a través de todos los sentidos conocidos, no solo los acústicos o visuales, e incluso establecer enlaces de carácter sinestésico sorprendentes entre ellos, el poeta disfruta de un arsenal muy poderoso para el abordaje del desnudo. Pensemos en algún soneto erótico de Carilda Oliver Labra, maestra indiscutible en la plasmación de la relación íntima de los cuerpos. En el que se titula «Te mando ahora a que olvides todo»[1] conmina a su amante a olvidar su seno, su muslo, su cintura, su piel, en acto de desamor que se torna, por la predicación que acompaña cada parte que debe ser olvidada, en una reavivación inflamada del amor que entra entonces en frenesí reminiscente de entrega hacia los versos finales. Bajo la orden de olvidar se pinta a sí misma, y lo que su desnudez promovía en el amante, hasta recordar como de ahora mismo el furor incontrolable que despertaba su ofrecimiento. Hay en este soneto una gran sabiduría representativa, pero en toda la obra de Carilda brilla una capacidad admirable para la representación del desnudo y sus predicaciones más genuinas y profundas. Solo la poesía puede mover con éxito esta complejidad provocada por los sentimientos corporales en el mundo interior.

Pensemos en otro soneto, ahora de Rubén Martínez Villena, que tiene por trama la relación entre un amante audaz y una amada «marmórea»[1]. Ella ofrece una helada resistencia ante el embate del deseo, hasta que el cálido vértigo amoroso la acaba envolviendo y al fin se doblega en un gemido. Una leve ambigüedad recorre la composición: ¿es una mujer que ha dejado de ser estatua o es una estatua que se ha tornado mujer? De mano maestra se representa una batalla simbólica que gana el Placer a la Majestad. Aunque tiene otras muchas posibilidades interpretativas, como toda ejecución de absoluta validez, por cuanto el montaje expresivo de cualquier representación, si entra en lo simbólico, adquiere un carácter poliédrico. Plasmado con una precisión metafórica envidiable, y con una adecuación eficaz entre el plano compositivo y el temático, el texto connota también el triunfo de lo vital sobre lo inerte. Hay un rápido contraste de campos semánticos, y el que porta el sujeto lírico transforma al otro, que no puede sostener su indiferencia. El vocabulario posee un gran dinamismo sexual, que se acentúa por las asociaciones con que se visualiza el cuerpo femenino, visto desde el plano glorioso. Rubén Martínez Villena es un gran artífice en la representación de lo erótico, como lo confirman muchas piezas suyas, de disímiles acercamientos llenos de plasticidad y simbolismo. En su vida breve, ofrecida con unción al apostolado de la redención social, alcanzó a representar con asombrosa eficacia artística la fosfórica relación de los amantes. Es uno de los mejores poetas cubanos de todos los tiempos en el tratamiento de esta visualización íntima. La poesía cubana contiene muchos cuajados ejemplos de esta proverbial relación entre la poesía y el desnudo. Como todo mural verdaderamente lírico y humano, ofrece profusas espigas de oro, medallas dinámicas donde el cuerpo y la poesía se encuentran en una fructuosa y sólida unidad.

En cuanto la poesía tiene como ministerio básico acompañar al ser humano en toda la anchura, profundidad y altura de su existencia, y el desnudo es uno de los contactos sensoriales con toda la miseria y riqueza de la realidad, con todo lo grotesco y sublime que rodea el destino de los individuos, desnudo y poesía se encuentran con mucha frecuencia en la vocación representativa de las personas y los pueblos. La inocencia, el desamparo, la miseria, la salud, la perversión, la alegría, el infortunio, el amor, el erotismo, el sexo, la agresión, la ternura, la distorsión, lo perfecto, lo profano, lo divino, y una escala infinita que va desde lo más tamásico hasta lo más sáttvico, han atravesado la representación del desnudo en todas las artes conocidas. Pero la poesía, que es cúspide humanizada y humanizante, conoce como arte las veladuras, las transparencias, las sugerencias, las elipses, los montajes, las sustituciones, las transferencias, las contigüidades, las analogías, los emblemas, las condensaciones semánticas, las almendras elocuentes de los símbolos. La poesía es el paroxismo insondable de la introspección, y el testimonio de lo que permanece en el sujeto. Tiene que ver con el humus, y tiene que ver con la pértiga. Está en lo que se mueve hacia el pasado, y está en lo que se mueve hacia el porvenir. Es siempre un presente con anhelo de eternidad. Puede ser un descenso, pero para acabar ascendiendo de alguna manera, aunque sea invisible. Puede ser un ascenso directo, pero no olvida nunca la materialidad del ala. La poesía y el desnudo pueden encontrarse en cualquier esfera de la actividad humana, desde el templo al paraninfo, desde del aula al hemiciclo, pero cuando se juntan se van directamente al mundo interior de los seres humanos, y allí adquieren el relieve y la proporción que les corresponden dentro de la más concertada espiritualidad. La poesía no es solo una técnica de representación, sino sobre todo un método de conocimiento.



  

[1]Ver la composición XLIII, de Versos sencillos, en José Martí: Mis versos. Ismaelillo. Versos libres. Versos sencillos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2005, p. 243.

[2] Ver el soneto en Carilda Oliver Labra: Desnuda y para siempre, Editorial Ácana, Camagüey, Cuba, 2016, p. 65. 

[3] Ver «Soneto» en Rubén Martínez Villena: El párpado abierto. Antología poética. Selección y prólogo de Juan Nicolás Padrón. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2004, p. 89.

   

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