11 Apr
APOSTILLAS SOBRE CULTURA POPULAR (1)

YA SE SABE QUE EL PROPIO término de cultura está sujeto aún a definición precisa. Como las disciplinas científicas más diversas, expresiones de un ángulo del total mirar humano, se encuentran hoy buscando su mayor organicidad y su más justa integración, el concepto de cultura, que por naturaleza posee esa anchura y calado que se quiere para todo el saber, ha resultado enormemente privilegiado en los últimos tiempos, y tendrá de seguro cada vez más abundante presencia en los estudios sobre el hombre. Cultura es una palabra globalizante, que ata plurales fenómenos en torno a la acción suprabiológica del hombre, y la ciencia, cuya estrategia discursiva básica es la univocidad, o la intención mantenida de alcanzarla aunque le sea a veces imposible, padece con inquietud esta misma extensión. Por ello, se presenta hoy con mayor frecuencia que antes la reflexión sobre la búsqueda de una unidad distintiva, de una invariante lo más contrastada posible, que la indique con habilidad y la parcele con justeza. Tarea harto difícil, aunque no inalcanzable, pues cualquier reducción del concepto, al menor desliz aprehensivo, lo homologa a otros que tienen carta de ciudadanía en disciplinas afines. Y en ciencia superponer dos conceptos es la prueba de que uno de ellos es gratuito, pues refiere un área de realidad que ya el pensar tiene cubierta. Sin embargo, el concepto de cultura se levanta de toda reducción y sobrevive manipulaciones diversas. Porque todos los hombres de buena voluntad y de diáfana inteligencia han comprendido —el siglo transcurrido se encargó de reafirmarlo con brutales lecciones— que el porvenir humano pasa en su integridad por lo que este concepto abarca de un modo u otro. Se está minando hoy día por poderosas fuerzas económicas la cultura más alta del hombre, que es la que configura sus metas. Se están desmantelando los propósitos más elevados a todo vapor, y encajando las propelas profundas del hombre en un légamo sombrío.


PUEBLO ES CONCEPTO de análoga suerte, y su empleo está sujeto a los contornos que le establece el hablante. La folclorística, la etnología, la sociología, la culturología, la política lo manejan desde ángulos diversos, cargándolo con matizaciones profundas. Hasta las tendencias ideológicas más fragmentadas, presentes de algún modo en las diferentes disciplinas mencionadas, y de modo saturador en la política, crean variaciones designantes aun dentro del campo visual más homogéneo. En cada área científica hay siempre un sinnúmero de categorías que resultan más ceñidas y prometedoras, y el concepto pueblo fluye hacia las márgenes, ambivalente y cómodo, con una deprimida univocidad y una pobre articulación categorial. Prefiere, al menor ademán, escapar de la cátedra y ascender a la tribuna, pues resulta siempre criatura numerosa, desheredada y vindicadora que toda fuerza de proyección pública ha de consultar, organizar, controlar, satisfacer o impeler. Así, el concepto disfruta de una gran variabilidad histórica, de una fuerte proclividad a la manipulación del poder que se busca o detenta, o de ser desdeñado o sacralizado por actitudes absolutamente irreconciliables. Tironeado de este modo, preterido por el análisis científico minucioso, pueblo es concepto que ha de ser trabajado aún con sumo detenimiento y alzado hacia una generalización mayor que sepa conservar su increíble sustantividad proteica.


CULTURA POPULAR es unidad que liga dos conceptos anchos que persiguen aún, como hemos visto, una invariancia más nítida; pero que posee, sin embargo, como sus dos ideas matrices, operatividad alta donde no se precisa adelgazamiento mayor para la utilización justa y fecunda. Es posible, por ello, un manejo de esa unidad parecido al euclidiano de punto, que proveyó todo un sistema deductivo sin delinearse apriorísticamente, o detenerse en la extracción, aunque sea veloz, de algunos rasgos opositivos que den cuenta de su impulso designante profundo. Cultura popular es, a nuestro juicio, la acumulación tecnológica del hacer, el sentir y el saber de aquellos que no gozan de la disponibilidad que se reserva el poder para producir suprabiológicamente. El poder que trabaja con autenticidad y rigor para el pueblo diseña, ejecuta y resguarda los accesos posibles, por lo que crea una expansión y elevación de su cultura; pero siempre sobreviven, por lo menos en las sociedades conocidas hasta ahora, aun en medio de la utopía más cumplida, y por las razones sociológicas más disímiles, bolsones de cultura que producen desposesionados, más allá de los propósitos que se propugnen y los mecanismos concretos que se desplieguen. Aquí entendemos por tecnología un modo operacional, un sistema de dispositivos especiales, ya sean físicos o psíquicos, que se crea y acumula para cumplir abundantes funciones. Como la cultura se encuentra medularmente escindida, pues ella es el hombre mismo, y el hombre lo está hoy más que nunca de un modo dramático, hay siempre una actitud de cultura, que no tiene que ser la oficial o la dominante, pero que puede subyacer en ellas, que sostiene y remarca la escisión de modo consciente o inconsciente, y hay, asimismo, otra que brega heroicamente por suprimirla proponiendo más anchuroso acceso a las posibilidades para desplegar la extensión humana. En esta dualidad subyacente, como un manto freático, dentro del dinámico conjunto de la cultura, hay siempre una mismidad y una otredad que dialogan a través de múltiples canales, con harta frecuencia una en detrimento de la otra, de donde se derivan en los agentes y participantes los conceptos intuitivos de la alta y la baja cultura. Según este mensaje subliminal de la cultura que prepondera en determinados tiempo y espacio, hay un sector que no debía poder, pero puede; que no posee la disponibilidad ni el encargo de plasmar el hacer, el sentir y el saber, y que elabora desde una supuesta primitividad tecnológica actualizándose de manera inmediata y contraviniendo con cierta regularidad los más sacros cánones de los que, según la dominante social, deben saber plasmar. Toda esa producción, objetiva o subjetiva, constituye la cultura popular. El arte popular, cuerda multicolor trenzada entre muchos, no es más que la prístina y vigorosa salida imaginal de tal torrente creador.


LA CULTURA POPULAR es hija de la desigualdad. Energía de las grandes masas trabajadoras, ella se define como un enfrentamiento y un reto a otra cultura que no es la suya, pero que se apropia vorazmente y de manera peculiar. Aunque la cultura popular obedece, como toda cultura, a la misma existencia del hombre como criatura universal, y a su necesidad y deseo vivos de objetivar su conciencia, ese hombre, hacedor de esa cultura, actúa en situaciones de raigal marginación. Cuando las condiciones sociales cambian y se proyectan hacia la búsqueda de la igualdad, la cultura popular tarda en objetivar provechosamente los cambios, pues ella posee, y de un modo firme, una línea de tradiciones que conservar. Y cuando esa búsqueda de la igualdad sufre, por imperativas coyunturas, el menor extravío, retroceso o fluctuación, la cultura popular, como una curva homóloga, deja de avanzar con ritmo análogo hacia la cultura aspirada retrotrayéndose en cierto modo a sus estados inmediatos anteriores, aunque ya haya incorporado visceralmente vigorosas rupturas. La cultura popular posee una aguda sensibilidad a los más débiles sismos psicosociales. Una importante razón, entre otras muchas de igual calado, consiste en el que el pueblo, el conglomerado de personas que este concepto ha abarcado en todos los tiempos, es heterogéneo y no posee el orden, la sistematicidad y la centralización férreas que son características de otras estructuras socioeconómicas.

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