11 Apr
APOSTILLAS SOBRE CULTURA POPULAR (2)

TODO LO QUE EL PUEBLO produce, y que pasa a engrosar de modo concreto la cultura popular, no es irrecusablemente un bien. En esa producción hay elementos que han de ser extirpados con urgencia para avanzar con éxito hacia una genuina cultura humana. La fetichización del pueblo puede provocar grandes desaciertos. Sólo una actitud crítica frente a la cultura popular gobernada por un hondo discrimen racional que garantice las conquistas empíricas e imaginativas, será auténticamente productiva para las grandes metas de la especie. Pero esta actitud crítica ha de ser educada de modo sensible y coherente para discernir con sabiduría y establecer las diagnosis y las proyecciones adecuadas, de manera que cualquier intervención sea legítimamente fecunda, ecológica y ética. Las intervenciones en la cultura popular, en sus múltiples variantes y propósitos, deben estar sujetas a un profundo conocimiento teórico de tal despliegue, y allí donde este saber no existe es ineludible el largo y responsable examen. Los hombres que trabajan con la cultura popular han de reunir muchas virtudes, entre las cuales deben estar, bien imbricadas y de un modo acabado, las capacidades del artista y del sociólogo.


A TRAVÉS DEL ARTE popular la gran masa de hombres y mujeres situada al margen ilumina su preterida existencia. Adheridos muscularmente a las sustancias que la inteligencia extrae y mejora, dominan sus cualidades representativas, sus enormes potencialidades para la satisfacción de la belleza. En su trato continuado con lo directo han adquirido la sabiduría de las estructuras, de los tonos, de los matices, de las texturas, de los equilibrios, de las amalgamas. Plantas, animales y fenómenos naturales han establecido con ellos pactos profundos, inestimables consorcios. De la brizna a la estrella, del capullo a la espada, del recipiente al canto, del pañuelo al saludo, de la tela al mueble brincan sus fantasías como rebaños ubicuos. Todo lo han visto, y lo han alumbrado con un color, una nota, una línea, una sílaba, una mezcla, un realce. Hijos del sudor, saben cómo modificar lo que palpita alrededor de las manos y los ojos para que despliegue con éxito el rumbo interior que dictan las circunstancias y los sueños. Vienen de lejos, y en gran número, y ejercen una larga memoria. Han levantado cuanto existe, y cuajado las visiones de lo que podría existir. A partir de la sagaz escuela del impulso natural y de lo que acumula el trato inmediato con la desnuda realidad han erigido un obelisco invisible en honor del dominio material del símbolo.

Ese homenaje permanente es el arte popular, que invade sin reposo la rosa equidistante del viento. En cualquier parte aviva esencias, cristaliza formas, sujeta imposibles. El turbión de lo real se aúna y compulsa bajo su imán mejorador. Sus dedos febriles acicalan todo: lo que preserva y trasmuta líquidos, comprime y expande gases, provoca y regula fuegos, sostiene y parcela sólidos. Su soplo brilla en el aro de la bordadora, y canta en la voz del viajero solitario. Vivaz como un duende ribetea, pule, inscribe, perfila, traza, factura. Avanza sediento de espacios vistosos, de objetos proporcionados, de atmósferas coloridas, de sentidos entusiastas. Fluye en el metal, la piedra, el vidrio, el hueso, la madera, el barro, el humo, la voz, el polvo. De concebir y tratar utensilios memoriza los vínculos de los huesos y el vapor, los plomos y la sangre, los tendones y el espacio, los golpes y distancias. Está habituado a aglutinar segmentos y funciones, señales y energías. Inventaría el mundo, equidistando y matizando. Palpa, y adivina un ser. Mira, y calcula pesos y propósitos. ¿Dónde no tocan las manos del arte popular? ¿Qué no miran sus ojos? En la intemperie extiende el hilo, y recoge el ovillo en el palacio. Su aprendizaje se instala en la propia vida. Goza del privilegio de poseer academia en todas partes. Es un indocumentado que no debía saber ni poder, pero sabe y puede. No sabe, y es saber. No puede, y es poder. La existencia sobre la que se asienta es elemental y árida, pobre e inestable, luchadora y esperanzada. Está tejida con la alegría más estentórea y el más brutal desamparo. Pero él es quintaesencia del germen, del dolor, de la alegría, de la carencia, del triunfo, de la maravilla, de la esperanza. Es una anónima ignorancia de los modos que posee una increíble sabiduría de las fuentes. Es una sensibilidad de la orilla que siente dentro de la médula misma del caudal. Es un golpe repetido y olvidado de lo cardíaco nutriendo la mirada luminosa del mundo.

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