11 Apr
ALGUNAS IDEAS SOBRE LA VIDA LITERARIA (1)

1. Hay que distinguir la vida literaria de la literaturaCon frecuencia dominamos un postulado o manejamos un concepto sin extraer de ellos todas las implicaciones pertinentes. No somos lo suficiente consecuentes con la premisa, y nuestra capacidad deductiva es realmente limitada. Aquel que toma un axioma como punto de partida y es capaz de avanzar coherentemente hasta las últimas consecuencias, se asombra de cómo el pensamiento común se autolimita en sus propias búsquedas. Todos en el medio literario, ya a esta altura del desarrollo del conocimiento, sabemos que no es lo mismo literatura que vida literaria. Sin embargo, en nuestras reflexiones y en nuestros mecanismos identificatorios, olvidamos mucho la diferencia y confundimos fenómenos, interpretaciones y valores de ambas esferas del proceso literario. Y esta distinción no sólo es bueno tenerla en cuenta en el orden teórico, sino también, y en ocasiones de modo capital, en el terreno práctico donde transcurren nuestras acciones como autores. Si sabemos discernirlas, a pesar de sus interdependencias rigurosas, comprendemos muchas conductas, juicios y posicionamientos de este tipo de vida cultural en sus propias médulas. Hay regularidades del proceso literario que se cumplen dentro de nosotros mismos como impulsos muy personales, y de los cuales tenemos la sensación que hemos producido con absoluto albedrío, sin advertir ni de lejos las fuerzas exógenas que nos han convertido en sus vectores de plasmación. Y a veces vemos un hecho de la vida literaria como un acto de la literatura, cuando en un increíble número de ocasiones no son verdaderamente idénticos o permutables. La jerarquización de Ramón Campoamor y la no jerarquización de Bécquer en la misma época revelan un problema de la vida literaria cuyos valores jerárquicos la literatura invirtió definitivamente. Y se pudieran detallar fenómenos diversos, pues ambas esferas, que se intersecan profundamente, poseen una complejidad tremenda, lo mismo en los aspectos diacrónicos que sincrónicos. Como fama y talento, como reconocimiento y valor, como creación y lucidez son extremos que se tocan menos de lo que uno se imagina, puede observarse entre muchos de los mismos protagonistas de este quehacer artístico las más asombrosas indistinciones y las más lerdas manipulaciones del proceso en que se encuentran inmersos o de los estados anteriores del flujo literario al que se incorporan.


2. El proceso literario parece estar sujeto a una dinámica especial. Es evidente que lo literario transcurre en un proceso, y como todo proceso su modo de realización material es una sucesión de estados. Esos estados tienen fuentes dinámicas internas, que tienen que ver con el desarrollo y acumulación de los resultados de los estados anteriores del propio proceso plasmador, y fuentes dinámicas externas, que tienen que ver con las circunstancias y demandas de procesos superiores incluyentes en los que nacen sus nuevas representaciones y tecnologías. La vida sociohistórica y la literatura misma son sus plataformas de suscitación, ajuste y despliegue. Pero para que este movimiento exista, el proceso literario urge de poleas motrices que empujen los saltos de un estado a otro. Sólo hay proceso si se vertebran estados consecutivos, y sólo es posible la transición de un estado a otro si en cada uno de ellos fuertes poleas dinamizan los cambios. Haciendo abstracción de las inconmensurables fuerzas de toda índole que actúan sobre el campo literario, y enfocando su estructura peculiar, se observa que más allá de las fuentes dinámicas señaladas hay un motor interno indudable: la lucha de tendencias. El campo se encuentra en marcha porque posee un interior conflictuado. Siempre hay muchas tendencias en el campo, y se encuentran en permanente batalla. Dadas unas determinadas circunstancias una tendencia toma el campo e imprime su hegemonía estimativa e instrumental. Algunas tendencias desaparecen, y otras se tornan clandestinas o alternativas. La tendencia hegemónica conquista el sistema y tiende, por naturaleza propia, a ejercer una tiranía y una duración representacional que el fluir inagotable de la vida sociohistórica no soporta. Las desaparecidas pueden rearmar sus huestes ante las nuevas contingencias de la sensibilidad, pero lo más frecuente es que las sumergidas y las alternativas sin poder intensifiquen su lucha y alguna de ellas desplace a la hegemónica. Con una nueva hegemónica, y superado un período de satisfacción representativa, ella misma facilita sin querer, si no la sostienen grandes fuerzas extraliterarias, el arribo a la luz de nuevas tropas de choque. Como los jóvenes en todas partes constituyen el grueso de los ejércitos, en la mayoría de las ocasiones, aunque no es una regularidad de la literatura sino de la vida literaria, ellos son los portaestandartes de los gestos más radicales. En la misma medida en que estos gestos sean más radicales, más rápidamente será perdida la hegemonía, pues parece ser una ley estética, como lo es en la visión darvinista, que la especialización excesiva de las variaciones concluya en una rama muerta del árbol de la evolución.


3. La vida literaria nunca tiene la unidad que aparenta. Como el campo donde transcurre el proceso está enormemente vectorializado, pues se están generando de continuo modos de representación que caracterizan los más opuestos y diversos intereses del tramado social, la vida literaria es siempre terreno minado. Sólo se logra arrojar una impresión de unidad bajo el más feroz totalitarismo. Incluso el poblamiento y despoblamiento de tendencias, según leyes de emigración en busca del éxito, es una marca sociológica interna de lucha artística. En sociedades donde la lucha estética, inevitable en este campo, está vista bajo sospecha y controlada, ésta se enmascara y encuentra válvulas oblicuas de expresión. Donde no es posible el manifiesto, por ejemplo, se recurre a la antología como exhibición de membresía, postulados y cuerpos textuales. Siempre hay muchas tendencias en contacto, y estableciendo entre sí múltiples tipos de relaciones. Unas que ejercen influencia sobre determinados sectores institucionales, otras que optan por subordinarse a la imperante, otras que escapan a la sombra esperando mejores momentos, otras que toman las áreas sociales abandonadas por la hegemónica, y otras que organizan la defensa y propagación por entre los intersticios detectados. Superado ese estado específico del proceso, suscita la impresión generalizada, y pasa a constituir una visualización histórica, de que la hegemónica lo fue porque era la más apta para representar la sensibilidad de determinado espacio―tiempo. Así como el poeta sabe que en la construcción del poema siempre hubo la posibilidad de tomar otra decisión expresiva, pero al lector se le antoja el poema como una construcción fatal, donde las decisiones tomadas parecen absolutamente incanjeables, nuestra visualización de las plasmaciones históricas nos parecen intransferibles y óptimas. La tendencia hegemónica, como toda entidad ideológica manipuladora, esculpe en su triunfo dos gestos básicos: se muestra como una derivación lógica de todo el decurso anterior e inculca que ella es el mejor espejo de su época o la matriz más actualizada del arte. Toda esta invisible novela parece reducirse a dos tendencias antagónicas: la que estaba en posesión del poder y la que considera que tiene el derecho a desplazarla. Las restantes tendencias que abigarran el campo, bien por debilidad artística o insuficiencia organizativa, quedan excluidas del drama. Puede que exista alguna tendencia viva con fuerza artística y suficiencia organizativa, pero puede ser barrida movilizando bloqueos o repulsiones extraliterarias. Se impone, de todos modos, la toma del poder literario. No importa que el Estado estipule que en arte las formas son libres, las tendencias permean de algún modo el sistema literario institucional, y desde allí ejercen un dominio artístico subrepticio. Los desplazados y los repelidos entienden el juego de fuerzas, aunque sea de modo instintivo, y toman las medidas pertinentes, que pueden ir desde la emigración estimativa e instrumental hasta la elaboración clandestina de literatura, momentáneamente fuera ya de toda vida literaria. Parece ser una ley, extraída de la observación de la práctica histórica, que los que toman el poder literario lo ejerzan implacablemente. Son extraordinariamente extrañas las democracias estéticas.

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