LA CONCIENCIA POÉTICA PERSONAL se conduce de este modo en el momento heurístico, pero el proceso existe a lo largo de toda su existencia productiva. Es una identidad vocacional en movimiento, que se especifica en su diálogo con la otredad, observada como función de lo otro y del otro en el yo. En lo otro se encuentran funcionando la naturaleza, la sociedad y el pensamiento; y en el otro se interactúa con sujetos —los del predio vocacional y todos los restantes—, a través de los cuales la conciencia poética personal estructura su concreto universo. De las relaciones de la identidad vocacional con lo otro y el otro nacen los componentes y límites de lo que es considerado realidad, como también las inflorescencias de imágenes que son susceptibles de atención y encarnadura. Asimismo los desideratos del mundo interior, como vectores de la utopía plasmadora, atraviesan el objeto conseguido: fenomenizan la conciencia. El objeto creado participa en las conciencias que estructuran el cosmos social, precisamente porque la conciencia que lo produjo ha participado en ellas primariamente. El objeto es susceptible de ser consumido y valorado desde las esferas de conciencia que se advierten mejor representadas. Esta aprehensión rara vez agota al objeto, y de cierta manera enmarca su recepción, porque abstrae las restantes esferas que están presentes aunque sea en el sustrato, sobre todo aquella que ha sido capaz de producirlo: la íntegramente poética. Todo acto es siempre complejo, dinámico, sinérgico. El examen de la actividad poética exige una postura relacional permanente desde la complejidad. Una gran conciencia poética personal es un sistema de sistemas: una conciencia de conciencias que tributan desde dispares cotas —o se suman inconsútilmente— para la síntesis expresiva. Es conciencia en estado de imaginación sensible: enhebra, a través de los objetos que plasma, un vector de intencionalidad, y esa línea desplegadora del propósito exhibe magnitud y sentido: cristaliza una estación del mundo interior hacia una dirección determinada. Alrededor de la conciencia poética se encuentran todas las restantes esferas de conciencia de la vida social, y actúan sobre ella de continuo, ya de modo directo o por ósmosis o filtración. Ella escoge, según sus carencias o saturaciones íntimas, sobre cuál proyectará la creación de su objeto. Nuestra vida social es enormemente compleja, pero siempre posee alguna —o algunas, con mayor frecuencia— esfera de conciencia dominante. La persona es también una forma móvil, cuyo carácter complejo está fuera de discusión, y que refracta dinámicamente la proyección sobre su conciencia de todo el sistema de dominancias. Un poema es una toma de posición frente al mundo en que está inmerso y, por lo mismo, participa de diversos modos en la red de dominancias presentes, aunque no es reducible tan sólo a ellas, porque también puede encarnar —encarna, en la mayoría de las ocasiones— la inagotable esfera de conciencia de la intransferible vida íntima, círculo de respiración expresiva que ha demostrado históricamente poseer un rico metabolismo propio. La subjetivización calienta la secuencia de vínculos de modo simultáneo: de un solo golpe avanza de lo psicosocial a lo estético, de lo estético a lo artístico, de lo artístico a lo literario, de lo literario a lo poético —por nombrar módulos ineludibles del proceso—, y regresa por vía del objeto producido hacia las esferas interpeladas. Asombrosa es la red de estas esferas que se encuentran activas en la vida individual y social: el análisis antropológico no ha logrado completar aún el creciente océano de ellas en que transcurre nuestra existencia.
PERO UNA CONCIENCIA POÉTICA personal es un pequeño subsistema —aunque constituya el corazón mismo del acto creador— del sistema literario. El proceso literario desborda ampliamente sus límites. El proceso literario resulta, a su vez, subsistema de otros sistemas más vastos, pues se cumple en el seno histórico de la vida social, que constituye bajo los vectores del tiempo y el espacio un flujo de esferas vertebradas. En cuanto proceso puede ser visto desde perspectivas diacrónicas o sincrónicas. Constituyen sus propelas profundas las tendencias, que son las corrientes de dirección hacia alguna utopía artística de carácter grupal. Las tendencias logran que el proceso se dinamice, pues antagonizan el campo. Pueden tener preponderancia generacional, pero pueden no tenerla: lo esencial es que comunican las aspiraciones poéticas de un sector del campo y luchan por alcanzar el poder simbólico. Públicamente se expresan en nombre del campo en general, y de las demandas espacio-temporales actuantes en la circunstancia. Detrás de ellas palpita una red de esferas de conciencias extraliterarias, pero sus perfiles se visualizan según las matrices del campo, que es de naturaleza artística. Pertenecen a un escenario, y en él han de validar sus utopías. El campo se encuentra conflictuado, aunque sea en estado de baja densidad: en ciertos momentos sube la densidad del conflicto, y la tendencia predominante torna visible socialmente su utopía. Batalla por el poder simbólico, y establece desde el poder conseguido una visión diacrónica y sincrónica del proceso como flujo conducente a su utopía cristalizada. En el campo hay siempre diversas tendencias, algunas con escasa estructuración —incluso pueden existir sólo como prototendencias— y otras con diferentes grados de estructuración. En una fase determinada del proceso histórico-social una tendencia se convierte en portavoz de algunas de las nuevas conductas de estructuración social, y brega por desplazar a la que detenta el poder y agrupar a las restantes bajo su orientación. Un contenido sociohistórico específico, de carácter dominante, adquiere a través de ella una forma estética definida. Con frecuencia, la memoria de esa fase del proceso adquiere naturaleza de nodo crítico, visto desde el punto de vista historiográfico y docente. Las tendencias disueltas por la hegemónica y las que logran sobrevivir en los márgenes se invisibilizan o se documentan escasamente. Si bien las tendencias son las pujanzas motrices del proceso, éste último acontece verdaderamente en dos planos: la vida literaria y la literatura propiamente dicha. La literatura propiamente dicha es el conjunto de obras ya sancionadas —o en tránsito de legitimarse— que compone el legado cultural. Visto el canon como si fuese una diana concéntrica, esas obras son como los puntos que se acercan a su círculo central: se encuentran en situación de eficacia artística y constituyen patrimonio socializado. Aunque poseen las marcas de sus tendencias originales, se respiran sucesivamente como indelebles actualizaciones. En la misma medida en que los puntos se alejan del centro debilitan su capacidad de actualizarse, y van fluyendo de los círculos de la memoria a las franjas cada vez más ceñidas del olvido. Pero la metafórica diana tiene anillos móviles que las generaciones de consumidores desalojan y repueblan, así como puntos flotantes que esperan su hora para entrar en los círculos visibles, y más allá pulula lo que la dubitación, el gusto y la manipulación trasiegan. La vida literaria es la parte sociológica directa del proceso. Se encuentra constituida por un complejo sistema de creación, reproducción, difusión, consumo, valoración, jerarquización y conservación de la obra, y representa uno de los sectores más reflexivos y críticos de la vida cultural. En su interior se desarrolla la dinámica de tendencias, que puede circunscribirse a sus fronteras o corresponderse con otras manifestaciones artísticas. Sincrónicamente, no abarca toda la literatura, pues hay creación que no se somete a la vida literaria de su momento y luego ingresa como punto próximo o en el centro mismo de la diana. Institucionalmente rica, cuando se encuentra bien articulada, le pertenecen centros de promoción, editoriales, librerías, tertulias, talleres, escuelas, academias, revistas, concursos, becas, festivales, condecoraciones, premios, políticas culturales... El público y la crítica son dos de sus goznes básicos. Atraviesa su atmósfera la impregnación absorbente de lo estético, y la incorporación viva de otras esferas de conciencia, de carácter extraartístico —desde la económica hasta la ideológica—, que gravitan poderosamente sobre su tramado interior.
El Canal, octubre de 2005